Vamos a reescribir un poema famoso para niños:
Jack y Jill subieron una colima
Para buscar un balde de agua
Jack se cayó y se quebró la nuca. . .
¡Y Jill nunca le perdonará por ser tan torpe!
¡Pobre de Jack! Necesitaba una esposa para consolarle, pero en vez del consuelo ella le dió más golpes. ¿Saben por qué? Tal vez su accidente (resultando en un viaje a la sala de emergencia) interrumpió una cita en el salón de belleza. Tal vez su torpeza siempre le daba a ella vergüenza. ¡Quién sabe!
Todo esposo necesita una esposa perdonadora, toda esposa necesita un esposo perdonador. La razón es obvia: Necesitamos ser perdonados porque nos equivocamos. Eso explicaría dos interesantes datos en la Biblia:
- Dato uno: La Palabra de Dios nos impulsa a buscar la perfección, a crecer y a madurar en gracia, y llegar a ser más como Cristo.
- Dato dos: La Biblia también nos enseña que perdonemos los unos a los otros. En el camino de la vida muchas veces pisamos encima de los dedos de otros, entonces necesitamos perdonar y recibir el perdón.
Reconociendo cuánto necesitamos el perdón, uno pensaría que rápidamente perdonaríamos los que nos han hecho daño o nos hayan decepcionado. Pero no funciona así. Nosotros los humanos minimizamos nuestros propios errores y maximizamos los errores de otros. Nos encanta dejar nuestros ofensores asando en nuestro enojo mientras apagamos el fuego de nuestra ira e indignación. Muchos de nosotros nunca pensaríamos en rehusar perdonar, pero sí nos gusta dejar que el ofensor se sienta incómodo primero.
Y hay otras cuestiones: ¿Cómo me doy cuenta que ya he sido perdonado? ¿Cómo debo sentirme después de haber sido perdonado? ¿He perdonado de verdad si todavía recuerdo la ofensa y siento dolor? ¿Qué necesita ser perdonado? Todo esto es suficiente para confundir aún a un filósofo, ni mencionar la gente simple como nosotros.
Y ahora agreguemos la relación matrimonial a estas cuestiones. Nos conocemos los dos muy bien y frecuentemente repetimos nuestros errores. Entonces, ¿cuán a menudo debo perdonar mi cónyuge por la misma ofensa? ¿Cincuenta veces? ¿Cien? Para muchos de nosotros, cien veces ni se acerca al número de veces que hemos repetido los mismos errores. No estoy hablando de las irritaciones pequeñas como apretar la pasta de dientes de la manera equivocada. Estoy hablando de las veces en que en nuestros esfuerzos por querernos los unos a los otros nos hemos herido repetidamente.
Al pasar los años de matrimonio y ministerio, Diane y yo hemos desarrollado unos principios sólidos acerca del perdón. El excelente libro de Lewis Smede, El arte del perdón, nos ha ayudado a enfocar y aclarar estos principios.
El perdón y los sentimientos
Puede usted perdonar antes que verdaderamente querer hacerlo, pero no antes de decidir hacerlo. Muchos de nosotros esperamos ese momento mágico para perdonar cuando nuestras emociones están bien. A veces ese momento nunca llega. Cuando un amigo íntimo le hiere, el dolor puede perdurar por mucho tiempo. Pero el momento que decidimos perdonar, el dolor comenzará a menguar. Hasta que tomemos ese paso, hasta que decidamos, somos como alguien con una astilla infectada. La infección se extiende, llegando a ser más peligroso, ¡aún mortal!
Recuerdo un joven que estaba en la escuela con uno de nuestros hijos. Lo vi un día en la clínica de la escuela con su rodilla hinchada el tamaño de una toronja. Había picado su rodilla en una espina. Fue poca cosa que casi ni se notaba. . . al principio. Pero finalmente el doctor tenía que sajar su rodilla con un bisturí y vaciar la infección. Una vez hecho esto, el dolor menguó y comenzó a sanarse la rodilla. El perdón es así. Hasta que perdonemos, la infección intensifica, pero cuando perdonamos, se comienza a sanar.
Perdonando y olvidando
¿Qué significa perdonar y olvidar? Significa que ya no deja la ofensa afectar su vida y relación negativamente. Como un ejemplo, piense en las palabras de Pablo en Filipenses, capítulo tres. En los primeros versos del capítulo, él trae a la memoria en detalle su vida antes que Cristo lo encontrara y salvara. Entonces, en los versos trece y catorce, nos da su estrategia para tratar con las ofensas de su pasado:
“. . . olvidando ciertamente lo que queda atrás, y extendiéndome a lo que está adelante, prosigo a la meta, al premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús”. (Filipenses 3:13-14)
Pablo recordaba su vida pasada como perseguidor de cristianos, y sin duda algunas de esas memorias aún le traían dolor. Pero también dijo que había olvidado de su pasado. Podríamos decir que por razón del perdón que Pablo había experimentado, podía recordar “redentoramente”. Recordaba, pero recordaba como un hombre perdonado, no un hombre condenado. Cuando nosotros perdonamos o somos perdonados, las memorias quedan, pero las memorias pueden tener un efecto positivo en nuestra experiencia presente y en nuestras expectativas futuras.
Males y pecados
La Biblia, de manera característicamente honesta, recuenta un momento oscuro en la vida del rey David. David, rey de Israel, ve a Betsabé, la esposa de un general leal suyo, bañándose. Su esposo está lejos sirviendo en la guerra, entonces David le invita a comer con él. Pero comida no es lo que David tiene en mente para esa noche.
Cosas pasan. Con el tiempo, Betsabé descubre que está embarazada. David, temiendo consecuencias, invita a Urías, esposo de Betsabé, a tomar un descanso de la batalla y regresar a casa. Él está pensando que Urías y su esposa harían lo que es natural entre casados, y después Urías pensaría que él es el padre del niño que esperaba Betsabé.
Pero Urías es demasiado honorable para algo así. Al orden de David, sí llega a casa, pero rehúsa dormir con su esposa. Siente que un buen general nunca se debería dar al placer cuando sus hombres están arriesgando sus vidas en la batalla. Fue un hombre recto, merecido de una vida larga y distinguida.
Pero David aún tiene el problema en cómo tratar con su adulterio. Entonces David, rey de Israel, autor de muchos salmos, hace arreglos para que Urías, el hombre honesto y excelente, sea asesinado. No sé dónde podría encontrar otro crimen más terrible que este.
David piensa que ya se arregló el asunto. Pero un día Natán el profeta le visita. Natán le avisa a David que Dios bien sabe todo lo que ha hecho y que lo tiene bajo juicio. Durante ese terrible período de su vida, David escribe uno de los poemas más penetrantes, el Salmo 51. Note las palabras del cuarto versículo en ese salmo: “Contra ti, contra ti solo he pecado, Y he hecho lo malo delante de tus ojos; Para que seas reconocido justo en tu palabra, Y tenido por puro en tu juicio”.
David había cometido horribles males contra Betsabé y Urías. Tal vez David le pidió perdón a Betsabé, pero eso no lo sabemos. No podía pedir perdón a Urías, porque Urías había muerto en la emboscada que David ordenó. Lo que sí sabemos es que David, con corazón quebrantado, imploró a Dios por perdón porque había pecado contra él.
Aquí hay una cuestión importante: El perdonar a alguien no significa que esa persona no tiene que ir a Dios para el perdón. Perdonamos los males que nos han hecho. Solo Dios puede perdonar el pecado.
Si usted ha herido a su esposo o esposa, puede pedir perdón por el dolor que ha causado, pero también necesitará el perdón de Dios por este pecado. Tiene que tomar los dos pasos para comenzar a curarse.
El perdón y el caer bien
El perdón no significa que nos tiene que caer bien la persona. Shirley tiene un esposo que la trata, casi al diario, como un perro, y todos los días como una sirvienta. Nunca ha dicho este hombre que le ama. Nunca la ha valorado, ni apreciado, ni tampoco la ha animado. En público habla de su matrimonio con entusiasmo, pero es solo hablar de dientes para afuera para su audiencia. El esposo de Shirley le ha insultado, rechazado. . . y aún golpeado.
Por razón de sus circunstancias, no le es posible a ella huir de la casa. Ni le puede echar fuera a él. Entonces, Shirley ha aprendido a desahogarse de su enojo, su dolor y su indignación. Perdona a su esposo, pero no le cae bien. ¿Cómo puede hacer esto? Ella le ama, por lo menos de la manera en que amamos a nuestros enemigos, porque en verdad este hombre trata a su esposa como si fuera su enemiga. Ella le podría amar como un amigo y aún como un amante, si solo le dejaría. Dios no le pide a Shirley que le caiga bien su esposo, solo que le ame.
El perdón y la confianza
El perdón no significa que tenemos que confiar en la persona. Shirley sería una necia con poca sabiduría si confiara en ese hombre hasta que él demuestre que es digno de confianza.
En películas a veces oímos el advertimiento, ¡Cuida tu espalda! Esto significa que hay peligro en todos lados y nunca debemos bajar la guardia. Podría pregunta a Shirley si tiene confianza en su esposo y ella le diría que no la tiene. . . por lo menos en asuntos importantes. Pero aún así le perdona y le ama lo tanto que puede, y tal vez lo tanto que él la deja.
Considere lo que Pablo escribió a su amado amigo Timoteo: “Alejandro el calderero me ha causado muchos males; el Señor le pague conforme a sus hechos. Guárdate tú también de él, pues en gran manera se ha opuesto a nuestras palabras”. (2 Timoteo 4:14-15)
Tal vez nunca sabremos si Pablo había perdonado a Alejandro, pero si practicaba lo que predicaba, sí lo hizo. Pero aún así sabía que Alejandro no era digno de confiar, entonces le advirtió a Timoteo, ¡Cuida tu espalda!
El perdón y la reconciliación
El perdón no significa que debemos a fuerzas reconciliarnos con el ofensor. Shirley está dispuesta a reconciliarse con su esposo, pero su esposo no demuestra ningún deseo de reconciliación con ella. Pablo habla de este asunto en Romanos, el capítulo doce: “Si es posible, en cuanto dependa de vosotros, estad en paz con todos los hombres”. (Romanos 12:18)
Esto podría ser el aspecto más difícil de entender acerca del perdón. Shirley repetidamente perdona a su esposo. Pero él nunca responde como ella espera. Cuando el ofensor no nos da razones de esperar reconciliación, aún así podemos perdonarlo aunque el ofensor no responda de una manera positiva.
El perdón y privilegios
El perdón no significa que automáticamente restauramos los privilegios que han sido sacrificados por medio de la ofensa. Supongamos que el esposo de una mujer le es infiel. Queriendo hacer la cosa cristiana, ella va al pastor para consejos. El pastor, un hombre compasivo, y tal vez un poco legalista, le dice que debe perdonar a su esposo. Hasta aquí todo va bien. Entonces ella hace la pregunta: “¿Eso significa que tengo que compartir mi cuerpo con él, aunque él está yendo a la cama con otra mujer?” El pastor, pensando que está haciendo lo que es debido, dice que ella tiene que dejar a su esposo tener relaciones con ella.
Muchos de nosotros no estaríamos de acuerdo con ese consejo. Animaríamos a la mujer a perdonar su esposo, pero también insistir en su fidelidad. A él no le toca los placeres sexuales hasta que los de ella son los únicos que tiene. En estos días de enfermedades transmitidas por el sexo, esa es otra razón por la que debemos siempre seguir este camino.
El perdón encamina a la restauración
Esto es importante: Aunque el perdón no significa que nos caiga bien, o que confiemos en esta persona, o que nos restauremos, el perdón sí abre la puerta a la confianza, a caer bien, a reconciliación y a restauración. Si en verdad perdonamos, estaremos abiertos a todas las posibilidades positivas.
Ofensas reales o imaginarias
Si nos encontramos constantemente perdonando, puede que seamos demasiado fáciles de ofender, demasiado espinosos. Si estamos estirados demasiado, como la cuerda de un violín, no se requiere mucho para sacar un grito de nosotros. En tiempos como esos necesitamos entendimiento, paciencia, y tal vez un poco de ayuda más allá de nuestro cónyuge. También podemos buscar cómo bajar la presión, si es posible.
“(El amor) no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor”. (1 Corintios 13:5) En todas las maneras posibles, el amor es lo opuesto al egoísmo.
¿Venganza o perdón?
La venganza nunca es una decisión buena, porque la venganza no redime. “¡Mi esposo acaba de invitar a cuarenta y cinco de sus amigos a una fiesta!” se quejó la joven esposa que vivía al lado. “¡Me gustaría matarlo!” No le culpo por pensar así, y dudo que un jurado de mujeres le declararían culpable si lo hiciera.
No creo que su esposo tiene que preocuparse por amanecer muerto algún día, pero hay formas más sutiles de venganza. Ella podría avergonzarlos en frente de sus amigos con tal vez quemar las hamburguesas o las salchichas. Podría renegar de los placeres sexuales. Podría ir de compras usando la tarjeta de crédito. Y podría justificar su venganza por decir, “¡Se lo merecía!”
Pero si es sabia, nuestra amiga joven no trataría de vengarse. Venganza no ayuda. ¡Nunca! La venganza puede llegarnos de nuevo. En Nigeria tienen un dicho, “¡Tu me haces, yo te hago!” Eso describe perfectamente el problema. Los dos tratan de tener el último tiro, el tiro más fuerte, y solo se lesionan el uno al otro.
Aceptando del perdón de Dios
Vemos muchas ideas que se dicen espirituales en estos días. A algunos escritores les gusta hacer un caso para el perdonarse a sí mismo. Te sirve bien, nos dice. Yo estoy de acuerdo hasta cierto punto. El problema es que ellos no reconocen a Dios. Yo reconozco que sin el perdón de Dios, y el perdón de la persona ofendida, yo no puedo experimentar libertad en mi alma. También reconozco que puedo darme golpes de pecho por mucho tiempo, aún cuando mi Dios y mi amigo(a) me han perdonado.
Perdonándose a sí mismo significa que ha puesto este comportamiento embarazoso y ofensivo atrás. No puede hacer eso hasta que ya sabe que Dios le ha perdonado. Y aún así, no puede seguir dándose golpes de pecho. Esto le desagrada a Dios. ¡Déjalo ya!
La vida es un reto. Al tratar de hacer frente a la vida relacionándonos con otros, todos causamos dolor y todos recibimos dolor. Jesús nos dio la clave a cómo sanarse con estas palabras: “No juzguéis, y no seréis juzgados; no condenéis, y no seréis condenados; perdonad, y seréis perdonados”. (Lucas 6:37)
¡Perdone! Es lo mejor para usted, para el ofendido, y lo mejor para su matrimonio. El perdón no arreglará todo, pero es la mejor preparación para cualquier reparación consiguiente.