En ningún momento de su vida había mi amigo Ken oído a su padre dar gracias a su madre. Ni importaba lo que ella hacía, grande o pequeño, su esposo no le agradecía. A veces ella trataba de forzarlo a expresar agradecimiento por hacer un quehacer desagradable, como limpiar el lodo de sus zapatos. Ella no deseaba mucho. Solo deseaba saber que el hombre con quien se casó la necesitaba y le agradecía.
Al pasar los años, la mamá de Ken se enfermó de la mente, y por razón de esto, estaba impredecible. Ya grande, su papá contrajo una enfermedad dolorosa que le puso en el hospital. Un día cuando Ken fue a visitar a su papá, encontró a su mamá junto a él. Ella tenía un frasco grande de ungüento grasoso que pensaba usar para darle masaje a la espalda de su esposo. Ken, sabiendo que solo lo haría más miserable, y, conociendo que su mamá estaba un poco inestable, pensaba pararla.
Pero por alguna razón, no lo hizo. Observó mientras ella tomó un gran pegote del ungüento y lo untó por toda la espalda de su esposo enfermo. Al frotarlo, preguntaba una y otra vez, en su voz soñadora y débil, “¿Está bien mi amor? ¿Está bien?” Por la primera vez en su vida, y por la primera vez en más de treinta años de casados, Ken oyó su padre agradecer a su madre. “Si, mi amor, está bien. Gracias.”
El padre de Ken murió al día siguiente. Pero eso no es el final de la historia. Desde el momento que su esposo le dio las gracias, la madre de Ken cambió. Su mente comenzó a sanarse. Qué lástima que su esposo no le había agradecido hace años, y más a menudo.
Me pregunto cuántos de nosotros tenemos parejas que se están muriendo por dentro, como una planta sin agua, porque no les damos las gracias ni les agradecemos.
La gente en Asia, donde mi esposa y yo hemos pasado muchos años, es buenísima para el agradecimiento. Comidas, obsequios costosos a clientes valorados, canastas llenas de regalos dadas en el Nuevo Año Chino o en la Navidad – todos demuestran el valor que ponen en sus clientes amigos. Durante nuestro tiempo en Asia, mi esposa y yo fuimos recipientes de ese agradecimiento muchas veces. Cada vez nos refrescaba y nos daba fuerzas. Pero sabemos que algunos de aquellos que expresaron agradecimiento sincero a nosotros rara vez daban las gracias o agradecían a sus cónyuges.
¿Qué le hace falta?
En uno de nuestros seminarios sobre el matrimonio pedí a unos amigos, Arturo y Eugenia, que hicieran un drama justo en medio de nuestra sesión. Lo hicieron de maravillas. Se pararon aparte, brazos cruzados, mirándose ferozmente. Fue entonces que tuve una idea. Apunté mi marcador como si fuera pistola y “disparé” a la Eugenia. Buena actriz que es, se cayó al suelo. Entonces dije a su esposo, “Arturo, acabo de disparar a tu esposa y matarla. ¿Qué es lo que te hace falta?” Sus ojos se llenaron de lágrimas. Nos dijo que lo que le hacía falta era la mujer que era una madre tan buena para sus hijos. Pero más que nada le hacía falta su mejor amiga.
Cuando dijo eso, ¡ocurrió un milagro! Eugenia fue resucitada de entre los “muertos”, corrió hacia su esposo, y le dijo, “Mi amor, ¿por qué no me lo dijiste antes?”
Otro señor en el seminario, José, había sido casado con su primera esposa, Mary, por muchos años. Tuvieron una vida feliz. Fue entonces que el cáncer atacó a Mary, y finalmente la mató. Por muchos meses José lloró la muerte de su esposa, frecuentemente llorando en momentos inesperados cuando una memoria conmovedora penetraba su corazón.
Eso le pasó un día que estaba planchando unos pañuelos. “Me pregunto,” pensó mientras caían las lágrimas, “¿cuántos pañuelos había ella planchado por mi?” Calculando el número de pañuelos que usaba en una semana, y el número de años que estaban casados, José calculaba que había planchado varios miles. “¿Y jamás le dí las gracias?” se preguntó.
Poco después, José estaba buscando en una caja que había pertenecido a su esposa. Allí encontró una nota que él había escrito hacía muchos años. No recordaba exactamente cuándo. Simplemente decía, “Gracias . . . por planchar todos mis pañuelos”.
Si José les pudiera hablar personalmente, les animaría a cada uno de ustedes a agradecer a su cónyuge todos los días, porque puede que llegue el día cuando no tendrá esa oportunidad.
Cuando nos agradecemos, vigorizamos el uno al otro. Impartimos vida y propósito. Y dejamos saber a nuestros cónyuges que están llenando las necesidades de nuestras vidas que nadie más puede llenar. La ciencia médica tal vez encontrará, si no lo ha encontrado hasta ahora, que la gente agradecida vive vidas más largas y más sanas. Eso no me sorprendería.
¿Por qué no comenzar, hoy mismo, hacienda la vida más sana para su cónyuge? Haga del agradecimiento y de muchas acciones y palabras de gracias un hábito diario, un hábito que nunca muere. Estará agradecido si lo hace.
Piensen, actúen, oren
1. Comienza una lista de agradecimientos para su cónyuge. Incluya cosas específicas, no solo generalidades.
2. Encuentre por lo menos una oportunidad para dar gracias a su cónyuge hoy mismo. Hágalo mañana también, y al día siguiente, y al siguiente, hasta que el agradecimiento llega a ser un hábito en su matrimonio.